
A mi madre le molaba andar desnuda por la casa después de la ducha.
A veces me recordaba tanto a Marge, de los Simpson. Esa pretensión infantil de ser una madre guay y moderna tan abocada al fracaso me producía picores por todo el cuerpo. Sólo el tiempo, los desengaños, llorar de cansancio, trabajar hasta veinticuatro horas seguidas en una tienda y una discoteca, equivocarme continuamente con los hombres y ser incapaz de soportarme a mí misma me demostraron que sí.
Que era una madre guay. Y moderna.
Siempre cagaba con la puerta abierta.
Decía en alto todo, absolutamente todo, lo que se le pasaba por la cabeza.
Comía yogures como si los fuesen a prohibir.
Si le gustaba mucho una canción, se empeñaba en cantarte su parte favorita.
Si le encantaba un libro, se empeñaba en leerte el mejor pasaje.
No le daba vergüenza bailar,
disfrazarse,
gritar,
ni preguntar si no sabía algo.
Me molestaba tanto su naturalidad, su entusiasmo. Mi hermana, mi padre y yo solíamos burlarnos de ella por esas cosas, y a mí me estorbaba muchísimo lo poco que le importaba.
Heredé una carpeta de hojas sueltas que pretendía ser su antiguo diario. Hablaba sin tapujos, como si fuese un diario secreto real, sin pensar en que nadie más lo iba a leer nunca. Antes de quedarse embarazada de mi hermana y de mí, fue a abortar a Portugal. Cuando era novia de mi padre tenía dudas de la relación porque le gustaba demasiado bailar con otros en la discoteca.
Siempre había echado de menos a su padre.
Pero lo más importante era que, aunque a mí me había parecido imbatible y perfecta, la casa siempre limpia, diez horas al día de curro fuera, sonrisa, canciones, besos; a veces estaba hasta las pelotas.
Tenía sólo treinta y ocho años cuando se marchó y me dejó llena de
penas
dudas
y soledad.
Ya sé que hay cosas que sólo puede enseñarte la vida, por muy guay que sea tu madre.
Pero la mía era muy guay.
Y sin saberlo
me enseñó
Que tenía que caminar desnuda por la casa.
Cagar con la puerta abierta.
Comer lo que más me gustase como si lo fueran a prohibir.
Abortar.
Y estar hasta las pelotas.